La ministra germana recientemente afirmaba que "la cultura no es un lujo y ahora estamos comprobando cuánto nos hace falta si tenemos que prescindir de ella". Estas palabras han sido arrojadas a la cara de nuestro ministro de cultura después de que espetara a la cultura que "hoy toca pensar en los enfermos, en salvarles la vida y en parar el virus. Y cuando lo consigamos haremos todo para reactivar la cultura. Porque, como dijo Orson Welles, primero va la vida y luego el cine aunque la vida sin el cine y la cultura tiene poco sentido".
Señor ministro, es cierto, podría comprar este argumento si no fuera porque recientemente la otra pata de su ministerio recibió el alivio de acelerar cincuenta millones de ayuda. Sí, claro, hablamos del deporte.
Imagino la cara de panolis que se les ha quedado a todas las compañías de teatro que estos días acuden al rescate del corazón de los españoles (y sí, del corazón, porque la cultura acaricia el corazón) liberando sus obras de teatro y espectáculos.
Y claro, imagino la cara de tontos que se les queda a los cantantes que emiten en directo desde sus casas improvisados conciertos acústicos o que en estos días de confinamiento componen y ceden sus voces para innumerables causas benéficas.

Hemos acudido en masa a las redes sociales a escuchar conciertos acústicos, descubriendo en muchos casos que los famosos artistas viven en casas como la tuya o la mía, pero ¿acudiremos después a verles en un teatro o a un concierto?. Si como ciudadanos valoráramos a nuestros artistas más que a los deportistas no consentiríamos unas afirmaciones como las que ha hecho nuestro ministro.
Hace tiempo que vivimos un Apagón Cultural, pero de nuestra sociedad con su cultura. Muchos se amparan en las ayudas que recibe el cine y en el supuesto amiguismo para enmascarar la auténtica tragedia de este país. La sociedad se apagó hace mucho culturalmente.
Las medidas que en pleno confinamiento han tomado en Francia (22 millones), Alemania (50 millones) o Italia (130 millones) para apoyar a su sector cultural no son flor de un día, es la desembocadura de una clara conciencia del valor que tiene siempre en su país su sector cultural.
En nuestros países vecinos se llenan las salas de concierto, pagando. Y cuando los conciertos se promueven por las instituciones públicas el nivel de sueldo y condiciones de contratación no tienen nada que ver con el mercadeo de bazar que se da en nuestros pueblos y ciudades.
No me dedico profesionalmente a la cultura pero algo conozco y es lamentable descubrir como muchos músicos profesionales necesitan formar parte de cinco o seis grupos de música para malvivir. Como para muchas compañías de teatro profesionales todo son trabas para mantener a flote sus salas.
Es penoso ver conciertos en centros culturales vacíos porque la entrada costaba cinco euros y ver cómo reventamos después los conciertos gratuitos en la calle.
La democratización de la cultura es más que necesaria pero corremos el riesgo de pensar que todo ha de ser gratis, o de que una sala puede tener una actuación en directo a cambio de invitar a los miembros de la banda a unas cañas y unas papas bravas.
Cuando vivimos instalados en esta "incultura cultural" y llega el momento de apoyar a nuestros artistas ni el mismísimo ministro del ramo es capaz de darse cuenta que el mismo artista que está regalando sus canciones por Instagram no está ingresando nada y que si deja de cantar habremos perdido esa parte de nuestra esencia como seres humanos.
Me alegro de la tardía reacción gobierno, que deseo que no se quede en papel mojado, pero quizás esta sí que sea una oportunidad para poder redimensionar qué queremos como sociedad y como país de nuestro sector cultural.
Y por cierto, para terminar estas líneas... recojo algunas iniciativas de artistas que en tiempo de confinamiento se están dedicando componer y a ceder sus voces para obras benéficas.
¿De verdad no se merecen que les ayudemos entre todos también a ellos?